Tras dos años de pandemia, de aislamiento y avance tecnológico (anteriormente inimaginable), hemos llegado a descubrir nuevas formas de conexión social y de identificación.
Atravesamos el portal de lo digital.
Habitarnos progresivamente a través de la virtualidad, ha transformado nuestras dinámicas y la forma en la que nos percibimos y nuestra apreciación del mundo en general.
Existimos en una generación en el que el contacto humano puede ser suplido por la tecnología y que nos permite prescindir del contacto directo de un tercero y hasta de uno mismo.
Vivimos en un mundo de simulación.
Hemos llegado al punto en el que todos somos Theodore (Joaquin Phoenix) en su relación con su sistema operativo llamado Samantha (Scarlett Johansson), en la película Her, realizada en el 2013 por el director Spike Jonze, quien tuvo la capacidad de visualizar el desenvolvimiento de nuestra relación con la tecnología presentando un futuro distópico, en el que existe una urgencia de conexión y empatía social que termina siendo brindada a través de gadgets e inteligencia artifical.
Pues actualmente la tecnología nos ofrece un sinfín de posibilidades para relacionarnos sin movernos de nuestro lugar, de darnos placer inmediato, sin ataduras ni responsabilidades. Existen apps que nos permiten conectar con gente de todo el mundo, ver y compartir nuestras vidas desde nuestra cama, sillón o lugar de transición. Podemos iniciar la conversación o abandonarla en cualquier momento. Ver un catálogo de rostros y seleccionar al personaje más atractivo del mercado y así mismo, vendernos de la forma más auténtica o a partir de la estrategia de venta que se cree la más efectiva o cool del momento.
A partir de la distancia se agradece y se aborrece la conectividad a través de las videollamadas, una herramienta que intentó suplir las reuniones presenciales y que sigue dejando que desear, pero de la cual se abusó en un momento desesperado de hacerse y saberse presente en cualquier círculo social (laboral, familiar, amistoso o amoroso). Esta herramienta también ha servido para poder llegar a generar contacto sexual en medio de la distancia, una práctica comúnmente conocida como Sexting y que no está demás mencionar que gracias a Olimpia y la ley Olimpia, en México se volvió un espacio un poco más seguro de lo que llegó a ser en el pasado.
Es un hecho que el sexo ha sufrido una transformación, el acto humano que surge a partir del deseo y que presupone un contacto, ya sea propio o externo, queda hoy contenido en las pantallas, en las aplicaciones, en objetos inanimados como los juguetes sexuales que reemplazan el contacto hasta de quien los usa.
A la distancia, hemos aprendido a habitar en un mundo desbordado por imágenes, navegar entre ellas, diálogar a partir de ellas: fotos, selfies, videos, textos, canciones, ilustraciones, memes, películas, series, notificaciones de likes (corazones) y fueguitos, etc. Ver nuestra imagen reflejada en una pantalla, haciéndonos presentes en un mundo de ceros y unos para confirmar nuestra existencia, para hacernos presentes, transformándonos en una imagen.
Todo esto termina siendo tan intangible como los recuerdos o los sueños, pero de este sueño ¿seremos capaces de despertar, de volver a conectar con lo real y lo tangible? Reconectar y concientizarnos con nuestro propio cuerpo, su alcance, sus dimensiones, posibilidades, movimientos, sensaciones y las relaciones directas que de este se desprenden, se vuelve un nuevo desafío a superar.
Anais Vargas
31 años
Artista Visual
Ciudad de México
Abril 2022
Título imagen: Estado actual
Crédito imagen: Anais Vargas
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