¿Quién no se siente mejor después de dar un paseo o hacer ejercicio? La humanidad está diseñada para la actividad, el hacer, el moverse; no para el sedentarismo. Hace tiempo que estudio el movimiento corporal desde distintas disciplinas: yoga, teatro, danza. Al acumular experiencias, he aprendido a poner en práctica la teoría y enseñanzas que he adquirido en libros, charlas, talleres y clases. No hay nada como experimentarlo todo en el propio cuerpo. Porque como dicen: saber y no hacer, es lo mismo que no saber.
Había escuchado, leído y platicado sobre cómo la mente no estaba separada del cuerpo; las filosofías orientales mencionan constantemente cómo en occidente nos encanta dividirlo y separarlo todo, pero fue hasta hace poco que encarné el significado de esto y sigo tratando de comprenderlo. Concluí, que sí, mi cuerpo es un cúmulo de hábitos; una masa que, como a la plastilina, puedo moldear desde mis emociones e intelecto y cómo esto afecta la química de mis células y viceversa. Si me muevo mi mente responde con alguna emoción o sensación y si mi mente se mueve de tal o cual manera, mi cuerpo también hallará la forma de habitar esos pensamientos traduciéndose en alguna forma visual/física. Parece obvio, pero para mí es un descubrimiento trascendental, quizá pueda explicarme mejor.
De manera constante la fluctuación en mi mente suele embestirme. Me explico: si decido, cual Alicia, entrar por la pequeña gran puerta del Señor Conejo, seguro me bebo la botellita de un sorbo; ipso facto mi constitución comienza a empequeñecer y se abre el telón, revelando una ficción con la trama más amarga y el final más terrorífico imaginable; por supuesto, soy la protagonista, ¿quién más? Estoy enmimismada #desconectada #estamosperdidasperdidas. Cabe recalcar, que fue mi decisión entrar a la madriguera. A la par, en la no ficción, mis hombros rozan mis orejas, mi cabeza pesa, al entrecejo le aparece una arruga, mis mandíbulas se tensan, se inflaman mis vías respiratorias y siento ahogarme con mi propia saliva, surge un peso estrujándome el vientre, duelen las rodillas y mis pies no logran distribuir mi peso equitativamente.
Ahora, entonces, poniendo en práctica lo aprendido; cuando siento la marea de pensamientos y miedos llegando a la puerta de mi mente, prefiero observarlos y dejarlos pasar, sin juzgarme y sin dejarme ir como gorda en tobogán, como Alicia, porque no soy mi mente y tampoco soy mi cuerpo, solo los tengo pero soy mucho más. Enfocarme en las sensaciones físicas que los pensamientos me provocan, me ayuda a estabilizarme y buscar otra manera de vivir ese momento angustioso. Si mi corazón está acelerado trato de inhalar profundamente y que mi exhalación tenga una mayor duración imaginando que suelto todo aquello que me abruma. Si mi cuello está tenso, me doy un masajito con mis propias manos y busco alguna postura que relaje esa zona. Si no puedo respirar, abro el pecho, el corazón y repito en mi mente “estoy a salvo, estoy protegida, pertenezco a este mundo”. La catarsis que podría ocurrir, es permitirme bailar en libertad, en la soledad de mi habitación a las 3 o 4 de la mañana, cuando suele llegar mi propia yo monstruosa a la que he aprendido a amar porque me ha enseñado tanto.
Para poder entender o intentar aprender, una tiene que estar dispuesta a aceptar que no sabe nada o que eso que sabías puede dejar de ser cierto en cualquier momento e intercambiarse por un nuevo conocimiento. Una tiene que poder desconocerse y reconocerse en cada momento presente. Para estar presente, no puedo estar haciéndome películas en la mente de cosas que no están pasando o relamiéndome las heridas del pasado. Por supuesto que se vale llorar y recordar y sentirlo todo, pero tampoco es justo para nosotras mismas regodearnos ahí en algo que ya no está pasando porque te pierdes la experiencia de la vida. No quisiera que se malinterpretara esto como que no es importante entender nuestros pasados, definitivamente cuando hay trauma, se debe reconocer para sanarlo, pero tú decides cómo lo revives.
Hace poco una mujer nos dijo a mí y a una buena amiga “no te tires al precipicio de la tristeza porque el fondo no existe”. Al día siguiente otra mujer nos dijo “lo único que puedes hacer en esta vida para cambiar al mundo es estar bien tú”. Y estas frases me resuenan tanto, son conclusiones a las que la vida me ha ido empujando. Cuando quiero ayudar a alguien más pero esa persona no se deja ayudar, lo único que puedo hacer es estar bien yo para poder ayudarle cuando lo pida, y chicle y pega, inspirarla a estar bien. Es como cuando en el avión te dicen “en caso de emergencia primero póngase usted la mascarilla y luego al menor que le acompaña”.
Cuando doy una clase de yoga, trato de invitar constantemente a la curiosidad de lxs alumnxs para que puedan retomar las riendas sobre sus propios cuerpos, su química y tener la confianza de encontrar lo que le funciona a cada unx. Cuando bailo y cuando actúo me permito jugar; busco experimentar todas las posibilidades de ese movimiento, de esa acción; sin miedo al ridículo, a lo feo, a lo grotesco, a lo estúpido o a lo ilógico porque solo así me mantengo aquí y ahora y solo así me conecto realmente con mi interior y por lo tanto, soy honesta. Si hay algo que odio es la hipocresía, que entiendo, es completamente humana y en ocasiones yo también soy esa odiosa hipócrita, intento no serlo.
Hoy me maravillo de mi propia humanidad, de esta máquina perfecta que me permite experimentar el milagro de la vida. Y me reconozco infinitamente privilegiada por poder llegar a sentirme libre, pero también me felicito por todas las decisiones que me han llevado a este presente en el que decido ser feliz. Y esa es mi venganza para este mundo cruel y al mismo tiempo abrasadoramente bello.
Laura Fernanda Si
Monterrey, Nuevo León, México
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