En febrero 2021, por invitación a un taller de danza Butoh, conocida como la danza de la oscuridad, pude conocer al fin la laguna con aguas de 7 colores, Bacalar. Ahora en julio, es mi segunda visita y no sé cómo expresar lo que sentí en esta ocasión, intentaré…
Para mí, ese elixir colorido de más de 40 km de extensión y en algunas zonas con más de 90 m de profundidad, es un enorme y mágico espejo, permite verme reflejada no sólo en este presente sino en todos mis presentes, incluso en ese útero de la pachamama cuando aún no me llamaba Laura Fernanda ni tenía cuerpo ni voz.
Cuando visito una montaña, el mar, una laguna o un cenote, al estar frente a esos paraísos naturales, me siento pequeñita y al mismo tiempo parte del todo. Como si mi existencia sí importara, como si sí aportara algo al universo con este corazón palpitante y estas conexiones neuronales, pero también, si yo dejara de existir justo ahí en ese lugar y en ese momento, no alteraría nada. Es algo contradictorio, pero ya no lucho con mis incongruencias. Me reconozco humana, errante por naturaleza; y la palabra, al ser un invento humano, tiene su complejidad. Al tratar de explicar estas sensaciones y emociones tan íntimas, me veo limitada y es donde encuentro en el movimiento otra forma de expresión, donde los opuestos pueden convivir en la misma frase.
Escribo esto mientras vuelo y observo desde la ventanilla los azules del mar y del cielo. Hoy regreso de conocer y ser voluntaria en El Arca, una ecoaldea en construcción en la selva de Bacalar, proyecto de mi amiga Alma y su hijo Luis. Con los pies amasando barro y completamente a mano es que se construye la primera cabaña del proyecto a donde en menos de dos semanas se mudarán Alma y Luis. Son llantas viejas de vehículos, pet y bolsas de plástico, tarimas y botellas de vidrio recolectadas los que rellenan los huecos de la estructura de esta casa que serán cubiertos de cob; una mezcla de barro, arena, paja entre otros materiales. Despacio pero segura, impermeable y fresca, en medio de la jungla donde te encuentras vestigios mayas y animales salvajes, se edifica esta Arca con la basura de un pueblo y con el tiempo de más de 30 voluntarios que han prestado sus manos y pies a cambio de vivir por un tiempo en el paraíso. Súmese a la causa toda persona que quiera redimirse un poco de tanto daño que como especie le hemos hecho al planeta y también aquellas que quieran aprender otra forma de relacionarse en comunidad.
Alma y Luis no son los únicos que están cambiando al mundo, existe toda una comunidad, la mayoría foránea y extranjera, que han decidido hacer de este pueblo lagunero su hogar. Son personas sensibles y conscientes de la necesidad de un cambio social. Ahí el adultocentrismo parece haberse erradicado, la niñez es escuchada y respetada como siempre ha debido serlo. No todo es perfecto, existe también la oscuridad en medio del paraíso: feminicidios, narcotráfico, desvío de recursos, pésimo sistema de drenaje, contaminación de la laguna, intereses extranjeros haciendo a la economía local tambalear, entre otras cosas. Pero esa comunidad de la que les platicaba, la reconocen, la aceptan y siguen trabajando por la conciencia de que al dañar a cualquier ser vivo o al planeta, nos dañamos a nosotros mismos.
Antes de subirme a este avión, recorrimos la selva en bicicleta hasta llegar al muelle de la 37 y vimos el amanecer, mi hermana, un amigo y yo. Después Alma nos llevó con su amigo David, él es activista, fundador y maestro de una escuela de paddleboard; y durante este año y el pasado, junto a sus alumnos que son aproximadamente 40 niñxs locales más otros voluntarios de todo el país, lograron salvar hectáreas de manglar y devolverle los colores a la laguna. Con David navegamos la laguna sobre una tabla y con un remo. Entre manglar, estromatolitos, mantarrayas, peces, caracoles chivita, aves y toda la flora que rodea y habita en la laguna, sentí estos 7 colores: azul, turquesa, celeste, acqua, verde, dorado y negro.
Yo escribo esto pero me siento en deuda por no saber expresar todo por escrito. ¿Cómo invitarte a sentir con palabras lo que percibí, lo que presencié, lo que viví? Supongo que por esto no soy escritora. El teatro y la danza se han convertido en mis formas de expresión.
Laura Fernanda Si
32 años
Artista escénica
Monterrey, Nuevo León
Fotografía: Dizzy Dixon
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